Eduardo Andere M.
¡México está de fiesta! "Tenemos mucho que festejar" (Lujambio, SEP, agosto 8, 2010): independencia, historia, unidad, libertad, pluralidad, democracia, nación (Lujambio op. cit.). Pero en realidad todo eso son sólo "palabras" o entelequias. ¿Qué es la democracia?, ¿qué es la independencia?, ¿qué es México?, ¿qué es la nación?
La magnitud de la celebración en ciernes oculta conspicuamente la profundidad de la tristeza y pobreza del mexicano: "Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares" (Octavio Paz, Laberinto de la Soledad). Por ello, Lujambio organiza, pregona y promueve "la celebración más grande y espectacular de la historia" (El Universal, agosto 4, 2010); "la fiesta más grande y espectacular que se haya visto" (SEP, agosto 4, 2010). Así entonces, además de gritos y fanfarrias, desfiles y conciertos, los días 15 y 16 de septiembre, por órdenes de Calderón (Lujambio, según Reforma, agosto 4, 2010) serán inhábiles. La fiesta debe ser grande, estruendosa y suntuosa para compensar al pueblo de su "miseria" (Octavio Paz, op. cit.).
La fiesta enmascara la realidad. Al mexicano de a pie, al mexicano cotidiano, la realidad le es distinta: pobreza, desempleo y desigualdad; inseguridad, criminalidad y corrupción; deterioro ambiental y despilfarro; monopolios y canonjías; ignorancia e incompetencia. Somos ricos en dos cosas: fiestas y obesidad. Ésta es la realidad del México de la mayoría de los mexicanos. Quizá no la realidad de las clases gobernantes y elitistas pero sí la realidad del resto. Así que una forma de disfrazar la realidad es con pan y circo. Al mexicano hay que ponerle máscaras; el mexicano disimula, nos diría Paz. Entonces, ¿por qué no derrochar recursos, llenar el Zócalo de rayos y centellas; de gritos y confeti; de matracas y serpentinas; de colores y garnachas? Vamos a soltar la rienda. Y como en el futbol, suspendamos clases; ¡total! Que los maestros, en lugar de enseñar, preparen la fiesta. ¡Vámonos de pachanga, tertulia, jolgorio, guateque, feria y reventón! Vamos, pues, entronicemos el descanso, recalquemos en el mexicano que nada importa, todo está bien, no trabajes, festeja, disfruta, no hay mañana incierto ni difícil; existe un "presente redondo y perfecto, de danza y juerga" (Octavio Paz, op. cit.). Que quede claro, en la SEP se leyó a Paz y la historia populista del Imperio Romano.
La realidad de verdad es que no tenemos nada que festejar. La pobreza aumenta, los mexicanos estamos atrapados en la inseguridad, la criminalidad y la corrupción; los niveles de competitividad decrecen; los recursos y equilibrios naturales se acaban; la ignorancia sin adjetivos y disfuncional alarma, pero eso sí, pan y circo. Por un par de horas, por un partido de futbol, con un tequila, la realidad se olvida, la demagogia se come a la democracia y la ignorancia avanza.
No hay nada que celebrar si los mexicanos no estamos bien; bien educados, bien alimentados y bien seguros; si los mexicanos no podemos deambular por las calles sin temor; si los mexicanos perdemos la esperanza.
En lugar de festejar, debemos reconocer la realidad; debemos trabajar para cambiar la cultura del descanso antes del esfuerzo por la del descanso después del esfuerzo; debemos ahorrar en lugar de derrochar; debemos fomentar la competencia, el liderazgo educativo y pedagógico; debemos enarbolar el respeto, la austeridad y la confianza.
No hay que fanfarrear. Y menos repartiendo libros como entrega multimillonaria (25 millones de ejemplares) a los hogares de parte del presidente Calderón. No tengo inconveniente de que Calderón y Lujambio regalen fiestas, libros y computadoras si lo hacen con dinero propio, pero no con el dinero de los contribuyentes y luego aparezcan retratados o firmados como suyos, con el subterfugio de que la Patria, el Estado, el Gobierno o la Nación, te los obsequia. Ese dinero podría caerles bien a las escuelas públicas que no reciben ni un peso en efectivo.
Mexicano: el mejor festejo que nos podemos obsequiar es trabajo, estudio, aprendizaje, transparencia, honestidad y confianza. Cuando logremos todo eso entonces podremos festejar. El punto es que si logramos eso, no querremos celebrar las fiestas de los políticos porque, como bien diría Ernest Hemingway, cuando le preguntaron ¿para qué sirve la educación? "Para detectar la basura".
¡México está de fiesta! "Tenemos mucho que festejar" (Lujambio, SEP, agosto 8, 2010): independencia, historia, unidad, libertad, pluralidad, democracia, nación (Lujambio op. cit.). Pero en realidad todo eso son sólo "palabras" o entelequias. ¿Qué es la democracia?, ¿qué es la independencia?, ¿qué es México?, ¿qué es la nación?
La magnitud de la celebración en ciernes oculta conspicuamente la profundidad de la tristeza y pobreza del mexicano: "Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares" (Octavio Paz, Laberinto de la Soledad). Por ello, Lujambio organiza, pregona y promueve "la celebración más grande y espectacular de la historia" (El Universal, agosto 4, 2010); "la fiesta más grande y espectacular que se haya visto" (SEP, agosto 4, 2010). Así entonces, además de gritos y fanfarrias, desfiles y conciertos, los días 15 y 16 de septiembre, por órdenes de Calderón (Lujambio, según Reforma, agosto 4, 2010) serán inhábiles. La fiesta debe ser grande, estruendosa y suntuosa para compensar al pueblo de su "miseria" (Octavio Paz, op. cit.).
La fiesta enmascara la realidad. Al mexicano de a pie, al mexicano cotidiano, la realidad le es distinta: pobreza, desempleo y desigualdad; inseguridad, criminalidad y corrupción; deterioro ambiental y despilfarro; monopolios y canonjías; ignorancia e incompetencia. Somos ricos en dos cosas: fiestas y obesidad. Ésta es la realidad del México de la mayoría de los mexicanos. Quizá no la realidad de las clases gobernantes y elitistas pero sí la realidad del resto. Así que una forma de disfrazar la realidad es con pan y circo. Al mexicano hay que ponerle máscaras; el mexicano disimula, nos diría Paz. Entonces, ¿por qué no derrochar recursos, llenar el Zócalo de rayos y centellas; de gritos y confeti; de matracas y serpentinas; de colores y garnachas? Vamos a soltar la rienda. Y como en el futbol, suspendamos clases; ¡total! Que los maestros, en lugar de enseñar, preparen la fiesta. ¡Vámonos de pachanga, tertulia, jolgorio, guateque, feria y reventón! Vamos, pues, entronicemos el descanso, recalquemos en el mexicano que nada importa, todo está bien, no trabajes, festeja, disfruta, no hay mañana incierto ni difícil; existe un "presente redondo y perfecto, de danza y juerga" (Octavio Paz, op. cit.). Que quede claro, en la SEP se leyó a Paz y la historia populista del Imperio Romano.
La realidad de verdad es que no tenemos nada que festejar. La pobreza aumenta, los mexicanos estamos atrapados en la inseguridad, la criminalidad y la corrupción; los niveles de competitividad decrecen; los recursos y equilibrios naturales se acaban; la ignorancia sin adjetivos y disfuncional alarma, pero eso sí, pan y circo. Por un par de horas, por un partido de futbol, con un tequila, la realidad se olvida, la demagogia se come a la democracia y la ignorancia avanza.
No hay nada que celebrar si los mexicanos no estamos bien; bien educados, bien alimentados y bien seguros; si los mexicanos no podemos deambular por las calles sin temor; si los mexicanos perdemos la esperanza.
En lugar de festejar, debemos reconocer la realidad; debemos trabajar para cambiar la cultura del descanso antes del esfuerzo por la del descanso después del esfuerzo; debemos ahorrar en lugar de derrochar; debemos fomentar la competencia, el liderazgo educativo y pedagógico; debemos enarbolar el respeto, la austeridad y la confianza.
No hay que fanfarrear. Y menos repartiendo libros como entrega multimillonaria (25 millones de ejemplares) a los hogares de parte del presidente Calderón. No tengo inconveniente de que Calderón y Lujambio regalen fiestas, libros y computadoras si lo hacen con dinero propio, pero no con el dinero de los contribuyentes y luego aparezcan retratados o firmados como suyos, con el subterfugio de que la Patria, el Estado, el Gobierno o la Nación, te los obsequia. Ese dinero podría caerles bien a las escuelas públicas que no reciben ni un peso en efectivo.
Mexicano: el mejor festejo que nos podemos obsequiar es trabajo, estudio, aprendizaje, transparencia, honestidad y confianza. Cuando logremos todo eso entonces podremos festejar. El punto es que si logramos eso, no querremos celebrar las fiestas de los políticos porque, como bien diría Ernest Hemingway, cuando le preguntaron ¿para qué sirve la educación? "Para detectar la basura".