miércoles, septiembre 27, 2006

Entendiendo a la APPO

“Una fracción opositora puesta al margen de la ley, debe obligar a la clase gobernante a renunciar a la posibilidad de castigar; contrariamente a lo que una persona de buena fe pudiera suponer, el mejor sistema no ha sido someterse dócilmente a un gobernante, sino ha sido agravar, intensificar y generalizar su oposición y violaciones al sistema jurídico existente. Debe hacer valer una y otras pretensiones, no importa lo infundadas que sean; no darse por satisfecho aún en el caso de haber conseguido con creces todas sus reclamaciones. Se debe poner a la clase gobernante en una situación tal que tenga que intentar movilizar todo su aparato represor, en perjuicio de sus planes de asistencia pública y servicio; poner en evidencia su incapacidad para castigar y atender las necesidades más apremiantes de la población.

“Si tuviéramos que decidir ahora sobre si era o no conveniente empuñar las armas, incendiar y saquear las casas de nuestros conciudadanos, y despojar las iglesias, yo sería uno de los que estimaría que había que pensarlo bien y quizá hasta aprobaría que se prefiriera una tranquila pobreza a una peligrosa ganancia. Pero, puesto que las armas las hemos empuñado ya y se han cometido muchos desmanes, me parece que lo que debemos pensar es que no hay por qué abandonarlas y cómo podamos hallar defensa para los males que se han cometido. Yo creo sin ningún género de dudas esto, aunque no nos lo diga nadie, nos lo dice nuestra misma necesidad. Estáis viendo a toda esta ciudad llena de rencores y odio contra nosotros; los ciudadanos se agrupan entre sí, los ricos están siempre de parte de los magistrados. Podéis creer que se traman lazos contra nosotros y que se aprestan nuevas fuerzas sobre nuestras cabezas. Debemos por lo tanto tratar de obtener dos cosas y proponernos dos fines en nuestras deliberaciones. El primero es que no se nos pueda castigar por lo que hemos hecho en los días pasados; y el segundo, que podamos en adelante vivir con más libertad y con más satisfacciones que en el pasado. Nos conviene por tanto, según mi parecer, si queremos que se nos perdonen los anteriores desmanes, cometer otros nuevos, redoblando los daños y multiplicando los incendios y los saqueos y haciéndonos de muchos más cómplices, porque, cuando son muchos los que pecan, a nadie se castiga; y a las faltas pequeñas se les impone una sanción, mientras que a las grandes y graves se les da premios. Por otra parte, cuando son muchos los que padecen atropellos, son pocos los que tratan de vengarse, porque los daños que afectan a todos se soportan con más paciencia que los particulares. El aumentar, por tanto, los males, nos hará perdonar fácilmente y nos dará la posibilidad de conseguir lo que deseamos obtener para nuestra libertad. Y me parece que vamos hacia seguros resultados positivos, porque los que podrían oponérsenos están desunidos y son ricos. Su desunión nos dará la victoria; y sus riquezas una vez que sean nuestras, nos servirán para mantener dicha victoria. No os deslumbre la antigüedad de su estirpe, de la que blasonan ante nosotros, porque todos los hombres, habiendo tenido un idéntico principio, son igualmente antiguos, y la naturaleza nos ha hecho a todos de una idéntica manera. Si nos quedáramos todos completamente desnudos, verían que somos iguales a ellos: que nos vistan a nosotros con sus trajes y a ellos con los nuestros y, sin duda alguna, nosotros pareceremos los nobles y ellos los plebeyos; porque son sólo la pobreza y las riquezas las que nos hacen desiguales. Me duele mucho porque veo que muchos de nosotros se arrepienten, por motivos de conciencia, de las cosas hechas, y quieren abstenerse de lo que vamos a cometer. De verdad que si eso es cierto, ustedes no son los hombres que creí que eran. Ni la conciencia ni la mala fama les deben desconcertar, porque los que vencen, sea cual sea el modo de su victoria, jamás sacarán de ésta motivos de vergüenza. En cuanto a la conciencia, no debemos preocuparnos mucho de ella porque donde anida, como anida en nosotros el miedo del hambre y de la cárcel, no puede ni debe tener cabida el miedo al infierno. Y es que si observáis el modo de proceder de los hombres, veréis todos aquellos que han alcanzado grandes riquezas y gran poder, los han alcanzado o mediante el engaño o mediante la fuerza; y luego, para encubrir lo ilícito de esa adquisición, tratan de justificar con el falso nombre de ganancias lo que han robado con engaños y con violencias. Por el contrario, los que por poca vista o demasiada estupidez dejan de emplear estos sistemas, viven siempre sumidos en la esclavitud y en la pobreza, ya que los siervos fieles son siempre siervos y los hombres buenos son siempre pobres. Los únicos que se liberan de la esclavitud son los infieles y los audaces, y los únicos que se liberan de la pobreza son los ladrones y los tramposos. Dios y la naturaleza han puesto todas las fortunas de los hombres en medio de ellos mismos, y éstas quedan más al alcance del robo que del trabajo honesto y más al alcance de las malas que de las buena artes. De aquí nace que los hombres se coman unos a los otros y que el más débil siempre se lleve la peor parte. Se debe pues emplear la fuerza siempre que se presente la ocasión; y esta ocasión no nos la puede ofrecer la fortuna, estando como están tan desunidos los ciudadanos, vacilante la señoría y desconcertados los magistrados, de manera tal que antes de que vuelvan a unirse y serenar sus ánimos, puedan ser fácilmente aplastados. De este modo, o quedaremos completamente dueños de la ciudad o conseguiremos una parte tan importante de ella que, no solamente se nos perdonarán nuestras faltas pasadas sino que tendremos fuerza suficiente para poder amedrentarlos con nuevos daños. Además, yo creo que, cuando vemos que se nos preparan cárceles, tormentos y muertes, es más peligroso el estarse quietos que tratar de librarse de ellos, porque en el primer caso los males son seguros, mientras en el segundo sólo son posibles. ¡Cuántas veces los he oído quejarse de la avaricia de sus superiores y de la injusticia de sus magistrados!, Ahora es el momento no solamente de librarse de ellos, sino incluso de ponernos por encima de los mismos, que sean más bien ellos los que tengan que quejarse y dolerse de nosotros que nosotros de ellos. Ya veis los preparativos de vuestros enemigos. Adelantémonos a sus planes y el primero que empuñe las armas saldrá sin duda vencedor, con la ruina del enemigo y el encumbramiento propio. Con ello, muchos de nosotros alcanzaremos la honra, y todos lograremos la seguridad.



Llevaremos a tal extremos nuestros desmanes, que pondremos a la autoridad en la situación no de exigir, sino de suplicar obediencia, la llevaremos a tal extremos que ella misma nos rogará: “Dígannos, ¿qué otra cosa podéis honradamente pretender de nosotros?, Quisieron que se les quitara autoridad a los policías de barrio, y se les ha quitado, quisieron que se prendiera fuego a las urnas electorales en que estaban los nombres y que se hicieran nuevas reformas y se os ha complacido; exigieron que los amonestados fueran liberados y pudieran volver a desempeñar cargos, y se les ha permitido. A petición vuestra hemos otorgado el perdón a los que han incendiado casas y saqueado iglesias y, para que quedaran satisfechos, se han mandado al destierro a muchos ciudadanos ilustres, hombres rectos y honorables. Sólo por complacerlos se han puesto frenos a los nobles con nuevas disposiciones. ¿Hasta cuándo tendrán fin estas exigencias suyas y hasta cuándo continuarán abusando de nuestra generosidad?

“Tanto yo como estos señores os ordenamos, y hasta os suplicamos si el decoro nos permite hacerlo, que de una vez soseguéis vuestros ánimos y os decidáis a acatar las órdenes que hemos dado y, si deseáis nuevas disposiciones, las pidáis con modos civiles y no mediante tumultos y con las armas; porque, si vuestras pretensiones son honradas, se os complacerá siempre y no daréis ocasión a los malvados para arruinar nuestra patria a vuestras espaldas y a cargo de daño vuestro”


Nicolás Maquiavelo, Historia de Florencia. Pág. 169 y 179.

miércoles, septiembre 13, 2006

Por unos días

A UNOS DÍAS de que levante su plantón, habrá que reconocerle a Andrés Manuel López Obrador el mérito de haber logrado lo imposible.

DURANTE casi dos meses logró su sueño de vivir en Palacio Nacional -aunque sea por fuera-, consiguió que los pobres instalaran su residencia en Polanco y que los ricos... ¡viajaran en Metro!